Aquella mañana todo era cálido. El café en la taza,
la ducha que la devolvió a la realidad, la soledad cotidiana de su pequeño piso
a esa hora. Sólo las llaves de frío metal plateado le insuflaron la dosis
diaria de melancolía para tenerse, era como una suave melodía de jazz.
Marta nunca se había considerado una chica normal,
pero siempre creyó, un poco ingenuamente, que seguro poseía un encanto
especial. Eso la haría al menos entrañable en la memoria de los demás. Ni eso.
Era ignorada del primer al último segundo del eterno tiempo. A nadie le atraía
una chica mediana en altura y realmente no muy guapa. Sus rasgos duros le
marcaban una seriedad excesiva en el
rostro, parecía que tuviera algo importante que decir. Sin embargo, no era desprecio,
sino un respeto tamizado por un poco de, llamémoslo así, miedo.
Hacía tiempo
que cuando se acercaba la oreja a su pecho no se oía nada. Silencio. Aun así,
aún quedaban en su pecho dos pedazos que habían resistido. Uno era la poesía,
su gran pasión y su destino, decía ella. El otro su inalcanzable amante, un
matón de barrio reciclado a los tiempos modernos. Para ella siempre fue el
muchacho musculoso y comprometido que la había recogido tras caerse de un
columpio diez años atrás. Nadie supo entonces que nunca le dejaría de querer.
Realmente nadie sabía por qué.
Las calles, desiertas, esperando tiempos mejores.
Como ella. Coches, portales destrozados y un enjuto rayo de luz marcando el
camino hacia la rutina. Graciosa forma de Dios de reírse de sus renglones
torcidos. La rutina estallaría aquella mañana con su plan. La declaración.
Ciegamente había escrito un soneto para introducirlo
disimulada en la taquilla de Juan. Movimiento desesperado. Éste conocía a Marta
y había algo en ella que lo atraía pero...no es el tema de la historia. Los
ojos enmarcados en malva y los labios rotos delataban el trabajo de Marta por
toda una noche, toda una vida. Se acerca el momento, el momento se acerca. El
momento pasó. Lo consiguió. Sentía en la sien un latido rápido, ansioso. Que
dirá. Es anónimo pero es un comienzo, pensó. Confusión.
Los día pasaron sin novedad. Su acción no había
afectado en absoluto la actitud de él. Se cansaba de esperar. Decidió dar
entonces un paseo. Sentía a las personas fluir a su alrededor, como un viento
lleno de historias. Pero no sintió el golpe en la nuca, ni como el mundo daba
vueltas y miles de rayos le atravesaban la piel con punzadas eternas. El sol
despertó, y sólo una mancha en la acera. Azul y escarlata, contraste del gris.
Ella, sin embargo despertó a la oscuridad, no volvió a sentir ni a ver. A su
lado, velándola, un trozo de papel esbozado que gritaba a aquel que lo
escuchara:
Nada se me hizo nunca tan complicado
Incluso cuando se no tienes compasión
Ni cabeza, ni pies, ni razón
Aunque el tiempo te haya olvidado
Y callaba. Desesperanza en la despedida. En la
oscuridad, un alma se arrepentía, pues había leído el verso que le dio pasaje
al frío del amor correspondido. Colgado en la taquilla, un hermano rezaba:
Ojalá nunca la muerte no nos separe
Y no los separó.